jueves, 25 de noviembre de 2010

PROGRAMA NRO 0012 Parte 3

Dos siglos de escritura en la Nueva Granada y Colombia

La ausencia de imprenta durante los dos primeros siglos de cultura colonial no fue un obstáculo para que surgiera y se consolidara una conciencia criolla que valorizara la importancia del conocimiento y la escritura de libros.
Los escritores produjeron sus textos y, gracias a la contribución de protectores y mecenas –ya fueran órdenes religiosas o personas prestantes- contaron con los recursos para publicarlos en imprentas europeas, principalmente en España y en ocasiones en los países bajos e Italia. 

La mayor parte de estos autores neogranadinos fueron religiosos de diversas órdenes, entre los cuales se destacaron los jesuitas. Algunos de estos autores fueron muy prolíficos, como Pedro Mercado S.J, quien publicó más de 20 libros.
Algunos de sus libros contaron con muchas ediciones y fueron traducidos a varios idiomas. Por ejemplo, La destrucción del ídolo ¿qué dirán?, se tradujo al italiano y al latín, con ediciones en Madrid, Venecia, Génova y Viena  Otros autores fueron españoles instalados tempranamente en la Nueva Granada, donde adquirieron las herramientas necesarias para producir textos bajo la misma dinámica: se enviaban a Europa, donde después de un largo proceso de licencias y permisos civiles y eclesiásticos, finalmente eran publicados. Un libro podía tardar hasta quince años, en ocasiones más, para ser publicado.

La mayor parte de las expresiones culturales de la sociedad colonial eran de naturaleza religiosa, debido a que el cristianismo tenía una importancia central. La literatura edificante cubría diferentes espacios de escritura, desde el género llamado “Vidas ejemplares”, hasta textos morales y aquellos que daban indicaciones de cómo ser buenos cristianos. Las vidas ejemplares, escritas en su mayor parte  por criollos, pretendían destacar las virtudes de otros criollos neogranadinos que habían llevado una vida cristianamente destacada y en la mayor parte de los casos, habían muerto en “olor de santidad”.

Estos son los casos de Pedro Claver ,Bernardino de Almansa o la monja Francisca del Niño Jesús. Pero no todos eran clérigos. También se destacan mujeres laicas como Francisca de Zorrilla y Antonia Cabañas.
Este tipo de literatura edificante se complementó con textos morales que aportaban pautas de comportamiento, como el Cristiano virtuoso de Pedro Mercado o “El secular religioso” de Juan del Toro – una especie de manual de urbanidad cristianizado- . Otras obras de poética e historia pretendían  enseñar sobre la vida de santos (Domínguez Camargo y Solís de Valenzuela) o la historia de las imágenes milagrosas. Tal es el caso del libro de Pedro Tobar y Buendía sobre la Virgen de Chiquinquirá.

A pesar de los cambios del siglo XVIII, continuó predominando la cultura católica. En consecuencia, la mayor parte de las publicaciones neogranadinas se llevaron a cabo como material edificante moral y religiosamente. Mientras aún se publicaban Vidas ejemplares como la de Gertrudis de Santa Inés que mantenía la estructura hagiográfica de moda en el siglo anterior, aparecieron nuevas formas de comunicar lo ejemplar: las cartas y los diálogos, por ejemplo, introducían una cultura que se acercaba a lo secular.

Los temas morales y edificantes se fueron haciendo más políticos en la medida en que finalizaba el siglo XVIII y se adentraba el siglo XIX con los cambios independentistas.La Iglesia local fue una de las instituciones beneficiadas con las  ventajas que proporcionó la imprenta en el Nuevo Reino. En la segunda mitad del siglo XVIII los obispos publicaron con frecuencia las cartas pastorales que producían, así como otros documentos eclesiásticos que servían para la edificación piadosa de sus feligreses, como calendarios de fiestas y catecismos. 

Mucha de esta documentación producida por neogranadinos, sirve para apreciar la participación –patriota o realista- de la Iglesia durante el proceso de independencia.

La cultura neogranadina fue esencialmente oral, razón por la cual la producción literaria y sobre las artes fue escasa si se le compara con otros territorios coloniales. Tratados o textos relacionados con la pintura y otras artes menores son prácticamente inexistentes. Pero el campo donde se dio un cambio evidente fue en la literatura.

La poesía fue incentivada con la llegada de la corte virreinal. Francisco Antonio Vélez Ladrón de Guevara y José María Salazar sirvieron como poetas de corte de varios virreyes.La independencia también generó un resurgimiento de la literatura y el teatro bajo esquemas que ya se estaban cultivando a finales de la colonia. Los temas seguían de cerca los modelos neoclásicos. En algunas obras como Las convulsiones de Tejada, se introdujeron elementos de corte costumbrista.

Este tipo de narrativas evidenciaron una ruptura con la tradición colonial en la medida en que sus temas cada vez eran más seculares.

Se destacan: Juan de Castellanos (Sevilla, 1522 - Tunja, 1607) Sacerdote español, residente en Tunja por más de cuarenta años, autor del más extenso poema jamás escrito en lengua española, las Elegías de Varones Ilustres de Indias.
Juan Rodríguez Freyle. (Bogotá, 1566 - 1642) Autor de la monumental obra crónica ‘‘El Carnero ‘‘. De familia acomodada, hizo estudios en el seminario pero no se recibió como sacerdote. Hizo parte de las guerras de pacificación indígena. En la etapa final de su vida se dedicó a la agricultura.

Hernando Domínguez Camargo (Bogotá, 1606 - Tunja, 1659), sacerdote jesuita y escritor. Influenciado notablemente por el gran poeta barroco Luis de Góngora y Argote, haría parte del llamado Barroco de Indias, en donde también se ubica a Sor Juana Inés de la Cruz. Sus obras más reconocidas son su relato épico Poema heroico de San Ignacio de Loyola (1966) y Ramillete de varias flores poéticas (1967).
Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla (Bogotá, 1647 - Madrid, 1708) era hijo de un oidor neogranadino y de la hija de un oidor de Quito. Desde muy temprano recibió formación religiosa y ejerció la vida política. Su obra fue recogida en el libro Rhytmica Sacra, Moral y Laudatiria. Al contrario de Domínguez Camargo, era un gran admirador de Francisco de Quevedo y era reticente con respecto al gongorismo, con la excepción de Sor Juana Inés de la Cruz a quien le escribió desconociendo que había muerto.

Velasco y Zorrilla asume el nuevo lenguaje americano -sus modismos- con orgullo, por lo que se ha ganado el reconocimiento como 'primer poeta americano'. También se le atribuye ser precursor del neoclasicismo. Se destaca su poema Vuelve a su quinta, ah friso, solo y viudo en donde relata el triste reencuentro del hombre viudo con su hogar y cómo la ausencia de su amada transforma el ambiente para el que llega y para los que están.
Francisca Josefa del Castillo (Tunja, 1671 - 1742). Religiosa tunjana, reconocida como una de las autoras místicas más destacadas de América Latina, llegando a ser comparada con sor Juana Inés de la Cruz.
  
La Batalla de Boyacá selló la independencia de Colombia. La literatura colombiana durante los convulsionados años de la Independencia, así como todas las antiguas colonias españolas en el continente, se vio influenciada por el ánimo político, lo que determinó el pensamiento y el estilo de los autores criollos. Pero la literatura colombiana no deja de ser heredera de la hispánica y aquel sabor independentista e inconforme ante el estado de cosas coincide a la vez con el romanticismo en boga que dominaría todo el siglo XIX en Colombia.

El de la Independencia se ha considerado como un período de transición entre el Neoclásico y el Romanticismo. Romanticismo incipiente, por supuesto: glorificación de la naturaleza americana, exaltación de la lucha por la libertad, canto a los héroes, expresión de sentimientos apasionados. Durante este periodo se produjeron obras de teatro por dramaturgos como José María Salazar, José Miguel Montalvo, José Fernández Madrid, José Domínguez Roche y Luis Vargas Tejada, el más reconocido de los dramaturgos de la época. En la poesía, se produjeron versos satíricos, versos políticos, así como cantidad de versos en honor a la recién fundada patria.

El discurso político de entonces, liderado por el Libertador Simón Bolívar, se vería representado además en el naciente periodismo republicano del cual Antonio Nariño sería uno de los precursores. El género epistolar y la poesía se abrirían espacios en búsqueda de la identidad de la naciente nación.
La decisión unánime de los padres de la patria de proteger y promover el idioma español o castellano en el suelo nacional, evidencia la gran importancia que la época daba a la palabra.

De allí que sea Colombia la primera nación hispanoamericana en fundar en 1871 la Academia Colombiana de la Lengua, Ecuador lo hará poco después en 1874 con la Academia Ecuatoriana de la Lengua y Venezuela en 1883 con la Academia Venezolana de la Lengua para completar el cuadro de las naciones neogranadinas e integrarse posteriormente en lo que hoy se conoce como la Asociación de Academias de la Lengua Española (Panamá conformará su propia Academia Panameña de la Lengua por obvias razones en 1923).

El mayor interés del costumbrismo era retratar la sociedad decimonónica colombiana en sus costumbres. Los costumbristas se ocuparon de señalar los rasgos generales de un pueblo a través de los personajes de sus relatos. En muchos casos, se asumió una postura crítica frente a la sociedad, pues constituye el retrato de los males de una sociedad por culpa del gamonalismo y las guerras civiles. Se pretendía entrener o mostrar el colorido y la gracia de una sociedad.

Las novelas más representativas de este movimiento son Tránsito de Luis Segundo de Silvestre, Manuela de Eugenio Díaz Castro, El alférez real de Eustaquio Palacios y La marquesa de Yolombó de Tomás Carrasquilla, además de la extensa obra Reminiscencias de Santafé y Bogotá de José María Cordovez Moure.

Los nuevos o los novísimos es un movimiento que contesta con la ironía, los vestigios del romanticismo y del costumbrismo precedente y que abriría las puertas al nuevo siglo, sobre todo en la década de los 20. El movimiento tiene por fundador al poeta antioqueño León de Greiff. Las características de este movimiento son: la negación del pasado, el amor por lo feo, la oscuridad, el romanticismo escondido, y el misterio, entre otras. bla!

Piedra y Cielo
El siglo XX avanzaba en occidente al paso veloz de la industrialización, la literatura en Colombia como en Latinoamérica bien pronto se enriqueció con el surgir de movimientos que abrirían el abanico de las letras. De la década de los novísimos, se crea el célebre grupo de Piedra y cielo (1939) con personajes como Eduardo Carranza a la cabeza...

El Nadaísmo
El Nadaísmo, fundado en los años 50 por Gonzalo Arango, fue un movimiento nacido de una época convulsa bajo la sombra de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Su nombre recuerda absolutamente el nihilismo y el Dadaísmo y entre sus precursores están José María Vargas Vila y Fernando González.

La Generación del Boom
Todo ese caminar literario en Colombia, así como en todo el mundo hispanoamericano, llevaría entonces a lo que hoy se conoce como el Boom Latinoamericano en la cual Colombia tendría una parte bien importante con el Premio Nóbel de Literatura de 1982 Gabriel García Márquez, el escritor colombiano más reconocido en el mundo entero (sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas). Hace parte del llamado realismo mágico y del movimiento de la literatura latinoamericana.
Por el mismo tiempo aparece una figura difícil de ubicar en la historia de la literatura colombiana, Andrés Caicedo. Caicedo no sólo estaba distanciado geográficamente del boom, sino que sus obsesiones eran más cercanas a la cultura relacionada con el cine y el rock n' roll, retratando problemáticas sociales urbanas y juveniles.

Generación Desencantada
En realidad esta generación agrupa una franja amplia y ambigua de escritores, poetas posteriores al Nadaísmo que comenzaron a publicar hacia la década del 70. Poetas como Giovanni Quessep, Harold Alvarado Tenorio, Juan Gustavo Cobo Borda, Elkin Restrepo, José Manuel Arango, Juan Manuel Roca entre muchos otros, han sido clasificados en ella, aunque son más las diferencias de estilo, temática e incluso de ideología las que los separan.

Generaciones recientes
Algunos escritores como Cristian Valencia, Alberto Salcedo Ramos y Jorge Enrique Botero, han hecho periodismo literario; el segundo con una biografía sobre Kid Pambelé y el tercero con los libros Últimas noticias de la guerra y Espérame en el cielo, capitán. Ambos son una suerte de herederos de Germán Castro Caicedo y el mejor periodismo latinoamericano. En cuanto a narrativa, destacan nombres como Héctor Abad Faciolince, Santiago Gamboa, Juan Sebastián Cárdenas, Miguel Mendoza Luna, Ignacio Piedrhíta Arroyave, Antonio García, Mario Mendoza,James Cañon, Diego Fernando Montoya Serna[1],[2] Evelio Rosero Diago, Antonio Ungar, Laura Restrepo, William Ospina, Juan Diego Mejía, Óscar Perdomo Gamboa y muchos otros.

Generaciones recientes en Poesía
En las últimas décadas, Colombia ha producido un significativo número de poetas de importancia, de temáticas urbanas y antipoéticas. Entre ellos, brillan los nombres de Federico Díaz Granados, Andrea Cote y Sergio Esteban Vélez, cuya obra poética ha sido reconocida internacionalmente, al igual que autores como juan dario cardena, Carlos Patiño y Hernándo Urriago Benítez.

Literatura Sicariesca
Durante los primeros años de la década del noventa del siglo XX empezó a aparecer la realidad de la violencia del narcotráfico en la literatura de la época. Títulos como La Lectora de Sergio Álvarez, Rosario Tijeras de Jorge Franco y La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo empezaron a retratar los nuevos miedos y obsesiones que el país había adquirido en esta etapa de la violencia. Las ciudades, a la vez que se convierten en escenario de estas violencias, se convierten en el escenario de estas tramas.

Lo Literario Indígena
América: Legado Cultural
América, escenario en el que se ha desarrollado la vida de miles de hombres desde los orígenes de su poblamiento en la lucha por la supervivencia; aparición consecutiva de pueblos que desde un tronco común, al desarrollarse en medios naturales muy disímiles y en circunstancias muy diversas, dieron lugar a diferentes culturas e imperios, en su mayoría de considerable antigüedad y significación universal.

Si ninguna cultura ha escapado al interrogante sobre sus orígenes, América no es la excepción, ya que ante tal variedad cultural, los estudiosos quieren profundizar en el conocimiento de las culturas indígenas, en búsqueda del homotipo, del tronco común, de los rasgos compartidos y en último término, de la americanidad e identidad de todos; búsqueda que tampoco escapó a las culturas aborígenes que siempre se interrogaron, proporcionando una explicación mítica donde los hombres se relacionan con los dioses y con unos lugares, por lo general distantes y distintos a aquellos en que habitan, conformando toda una concepción del hombre y del mundo.

La agricultura provoca una serie de cambios en la organización social y en las formas de vida: nomadismo y sedentarismo, permitiendo este último, más tiempo para las actividades domésticas y creativas: pule la piedra, construye viviendas, almacena la cosecha, fabrica utensilios de barro, teje sus propias vestiduras, y primordialmente, a través de los ritos funerarios, concretiza su concepción del universo y del papel que cumple en el mundo; para ello, construye templos y celebra sus cultos. Por último, con el avance de las técnicas empleadas en la agricultura, se da origen a las grandes ciudades en las que ya podemos encontrar toda una organización establecida, desde el punto de vista social, político, económico, religioso y cultural en sus diferentes manifestaciones artísticas, tales como la pintura, la cerámica y la alfarería, el tejido, la danza, la música y el canto, y por intermedio de la tradición oral, la conservación de los diferentes mitos y leyendas, que poseen en su gran mayoría, un elevado sentimiento estético-literario.

Al producirse la llegada de los europeos a nuestra geografía, las grandes culturas precolombinas ya tenían un elevado estado de desarrollo y un amplio y estructurado sistema de pensamiento: ideas y valores que expresan una cosmovisión y una bien definida concepción del hombre, de lo mágico-religioso y de las diferentes dimensiones de lo humano. Ahora bien, estas manifestaciones de profundo sentido estético, que están representadas en múltiples expresiones artísticas; escultura, cerámica, orfebrería, poesía, música, etc., no se pueden concebir aisladamente, por el contrario existe una correlación y una reciprocidad entre ellas; la poesía y la tradición oral por ejemplo, necesariamente están acompañadas de música, danzas y canciones asociadas a las máscaras que pintaban con figuras alusivas a sus ritos y ceremonias religiosas.

La imaginación de nuestros antepasados indígenas no tenía límite. Así, aunque no conocían el hierro se las ingeniaban valiéndose de diversos materiales como la madera, la arcilla, la piedra, etc., para poder fabricar diversas herramientas y utilizarlas en la minería, en el trabajo de la tierra y en la elaboración de tejidos. En cerámica y orfebrería utilizaban arcilla, cobre y oro, o la aleación de estos dos últimos (Tumbaga). Podemos apreciar en la cultura Quimbaya, los denominados Poporos con motivos antropomorfos, fitomorfos y zoomorfos.

En la estatuaria, la cultura más representativa es la de San Agustín. Sus manifestaciones artísticas son producto de un largo proceso de cerca de dos mil años, que expresan y contienen simbologías y significados comunes a poblaciones indígenas de América, desde México hasta el Perú. Su ubicación geográfica cerraba el acceso de visitantes enemigos; esto explica cierto hermetismo y estabilidad en los mitos y costumbres. San Agustín fue, ante todo, un centro ceremonial y religioso o lugar utilizado con exclusividad, como necrópolis, para enterramientos de poderosos jerarcas. Cada una de las esculturas, responde a distintas concepciones; también hay diversos estilos que reflejan imágenes de hombres y de dioses asociados con animales como el jaguar, la serpiente, la ardilla y el pescado.

En general, las nuevas formas de vida de nuestras culturas impulsaron, aún más, el desarrollo económico, social político y cultural (valores espirituales, morales, religiosos y artísticos). No solamente se crearon diversas actividades y oficios sino que, con el contacto social, por un lado, a través de los ritos religiosos se establecía un espacio vital que posibilitaba la expresión de la música, la danza, la máscara y el disfraz, producto de toda una colectividad o de una individualidad que se posesiona de la palabra como manifestación colectiva; por otro, el lenguaje se hizo más perfecto -en cuanto a estructura y vocabulario- y con una mayor riqueza temática para la formulación de sentimientos generales y abstractos, de formas de pensamiento con una gran preocupación estética; como consecuencia de ello y por intermedio de la palabra aparecieron ideas intelectuales más complejas que necesariamente estaban asociadas con la vida y la cultura, la relación mágico-religiosa con la naturaleza, y la vivencia mítico-ritual de la colectividad. La fantasía ejemplar que aparece en los mitos y leyendas de nuestras culturas, nos está demostrando, que estamos ante una innegable y estructurada literatura que posee capacidad de conmover y sorprender; cualidades indispensables a toda auténtica manifestación del espíritu. En suma, nos encontramos frente al desentrañamiento de lo nuestro literario o literaturizado.

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